miércoles, 7 de noviembre de 2007

Fiestas

Hoy tengo ganas de estar en una fiesta, en una de 15 o en un bar-mitzva o en un casamiento. En una de esas fiestas en las que hay que ir bien vestido. En una de esas fiestas en las que hay que llevar camisa, pantalón, saco , corbata y zapatos. En una de esas fiestas para las que hay que tener una invitación para entrar. En una de esas fiestas en que cada invitado tiene asignado un número de mesa y debe compartirla con quien el homenajeado haya determinado. En una de esas fiestas en la que ser feliz es una obligación.
Estoy sentado en la mesa mirando a la gente bailar. Ahí esta ella, de vuelta con ese vestido rojo ajustado. No para de moverse, de saltar, de cantar, de gritar, sabe todas las letras, de todas las canciones, las que son en inglés y las que son en castellano. Mis movimientos son demasiado torpes, como para que me sume a su alegría pero no confieso que ese es el motivo por el que no bailo, simplemente digo que no me gusta bailar y dejo que mis amigos conjeturen que soy tímido o vergonzoso. Yo bailo mal y no quiero ser testigo de las burlas, las risas disimuladas, los cuchicheos que acuchillan por la espalda. Y no quiero que ella me vea, si puedo conquistarla de otra forma, de otra manera, hablando de los libros que no nos dan para leer en la escuela o escribiéndole una carta de amor. No necesito bailar, pudo quedarme aquí viendo felicidades ajenas, sonriendo y envidiando como Nicolás baila con la chica que le gusta, en su más noble minuto de ilusión. Pero ahí, al costado, esta ella, llamando la atención con feroz disimulo, moviéndose sin disgusto ni tropiezo entre las pavorosas ambiciones que delatan todas las miradas. En el salón oscuro, con música fuerte, sin nadie con quien hablar puedo reflexionar, sacar conjeturas, idear planes, pensar en las obras que voy a hacer cuando sea grande, soñar con escapar de este entorno que marcara mi futuro. Ella baila moviendo los brazos, la cintura, deslizando sus pies descalzos en el parket. El contorno de su cuerpo logra burlar la oscuridad, aunque nada se vea, su baile es imposible de dejar de ser visto. Se mueve como un ángel con sexo, dejando flotar sus caderas, sin darse cuenta de lo que su baile puede provocar en los ojos o en los cuerpos de los que esperamos por ser hombres. Salta, se suspende en el aire, como demostrando que puede estar en otro mundo, que puede conseguir la libertad. La fiesta ya se termina, ya hubo mesa dulce, ya se regalaron los juguetes del carnaval carioca del que no agarre nada. El disk-jockey empieza a nombrar los nombres de los chicos a los que los padres vienen a buscar.
Hoy tengo ganas de que ella venga y me pida mi corbata para atársela en la cabeza y la use como vincha y que después cuando mi mama venga a buscarme, ella salga corriendo a la calle para devolvérmela bajo un diluvio:
Quiero que me diga: -Gracias, nos vemos mañana en la escuela. Y yo agarraré la corbata, y cuando llegue a casa, en lugar de mandarla a lavar, la dejaré sobre el escritorio y cada vez que la vea recordaré que esa corbata la usó la chica que mejor baila en el mundo.

3 comentarios:

Gustavo dijo...

Yo quiero ir a esa fiesta también...aunque por suerte ya teng la chica que me pide la corbata, lo que es un adelanto.

Perso dijo...

y fijate si te podes colar...Igual si tenes la chica y sos fiel no vale la pena..puede ser un sufrimiento...aunque la mesa dulce es demasiado rica...Que grande, me comentaste el primer texto!!

Nito dijo...

Toda fiesta que se digne de ser tal tiene su musa.
Hacía mucho que no me acordaba de esas instancias fiestísticas en las que uno se cuelga con una fémina danzante. ¡Gracias por recordarme esa maravilla!
(¡¡¡Me dieron ganas de ir a una fiesta!!! :$ Mucho estudio, mucho estudio... snif snif)